domingo, 1 de febrero de 1998

Interfase, el puente luminoso entre la vida y la muerte

Artículo escrito por Sinesio Darnell para la revista Enigmas número 24. Año III Nº 11, 0298-24 (Febrero 1998).


Víctor Estrada


Interfase
El puente luminoso entre la vida y la muerte

En algún lugar entre la vida y la muerte existe una zona donde las fronteras se difuminan y nada es lo que parece. Es la interfase, un estado a medio camino entre lo físico y lo espiritual, entre lo tangible y lo intangible. El estudio de este fenómeno puede aportar la tan buscada explicación a los interrogantes que tradicionalmente se ha formulado el ser humano respecto al tránsito hacia el otro mundo…


Hace ya algunos años, se expuso una incipiente hipótesis sobre la interfase. Esta teoría nació de la idea de que dos cosas tan diametralmente opuestas como un mundo físico tridimensional y otro intangible donde el concepto de dimensión es seguramente inexistente, no podían estar en contacto directo. Entre estos dos polos debería existir algo que, compartiendo propiedades de ambos, coadyuvara a mantenerlos en una relativa unión. Esta zona intermedia fue llamada interfase. Con el propósito de conducir a una mejor interpretación del concepto haré una elemental compa ración poniendo un ejemplo práctico. Por mucho que intentemos homogeneizar una mezcla de agua y aceite, tarde o temprano ambos componentes se separarán, ya que no son miscibles por su diferente naturaleza química. Al desligarse forman dos capas superpuestas que se denominan fase acuosa y fase grasa. Pero, pese a lo que nos pueda parecer, el aceite y el agua no se encuentran en íntimo contacto, ya que las moléculas de una y otra sustancia se repelen mutuamente. La zona entre las superficies de dos líquidos no miscibles recibe el nombre de interfase. Ciertos agentes químicos -denominados tensoactivos- que tienen afinidad con el agua y el aceite, actúan como intermediarios capaces de lograr que la mezcla sea permanente -al menos durante un tiempo- y que las fases no separen.

Conceptuemos al hombre como un ser dual, con una fase física densa y pesada, y otra espiritual, liviana, sutil y energética. El hecho de que, durante la vida, ambas permanezcan unidas nos hace suponer la existencia de un cuerpo intermedio, con propiedades o características de la una y la otra, que actúa como anclaje. Este estado ha recibido diferentes nombres: doble intangible, cuerpo astral, cuerpo de anclaje, cuerpo bioenergético, cuerpo de resurrección, cuerpo fantasmagórico, etc. Podríamos decir de una forma muy elemental que sería como "algo” que, si imagináramos provisto de dos manos, con una se asiría al cuerpo físico y con otra al intangible, actuando como pegamento entre ambos. Cuando el proceso de envejecimiento nos hace perder las condiciones que permiten el correcto funcionamiento del organismo, el cuerpo espiritual se suelta al llegar la muerte, escapando conjuntamente con el Yo trascendental o superior, y pasando a otros estadios a los cuales nos referiremos seguidamente.



Interfase personal

Ese estado o cuerpo intermedio entre el anímico y el físico, que algunos investigadores actuales califican de suprafísico, parece haber sido detectado en más de una ocasión por diferentes métodos experimentales, con lo cual ha dejado de ser una mera especulación o divagación subjetiva. Una de las primeras noticias que tenemos de estas experiencias son los trabajos del Dr. McDouglas y sus colaboradores. Este médico determinó que en el momento de la muerte todas las personas experimentan una instantánea pérdida de peso cifrada en 2,5 onzas (unos setenta gramos). Este hecho fue comprobado mediante siete experimentos diferentes.

Se ha intentado dar explicaciones físicas al fenómeno, pero ninguna de ellas ha podido aportar una interpretación convincente. Por ejemplo, se intentó esclarecer diciendo que podía ser debido al aliento que expiraba el moribundo en el momento de la muerte. Esto no es posible porque la capacidad media de los pulmones es de unos cuatro litros y medio, de los cuales en el último suspiro no expulsamos más de un tercio, cantidad muy alejada del peso indicado. No sólo el mencionado doctor realizó este tipo de experiencias. Posteriormente tuvieron continuación en Holanda. Y ahora, en esta década, se están llevando a cabo ensayos sobre el tema con el máximo rigor posible en algunos centros.





Las célebres fotografías de Baraduc, tomadas en 1907 durante la muerte de su esposa Nadine; la primera a los 15 minutos de exhalar el último suspiro, y la segunda 45 minutos después.


Ante lo dicho nos preguntaríamos: ¿Tiene peso el alma? Naturalmente, nuestra respuesta tiene que ser negativa. Pero recordemos la existencia de ese cuerpo intermedio que mantiene unida la fase física con la anímica y que, según algunos autores, está constituido por algo no enteramente material o ‘’suprafísico‘’, concepto este último un tanto difícil de concebir con nuestros conocimientos. Debemos recordar a Alice A. Bailey, que en su obra El alma y su mecanismo nos
dice: “La materia es energía en su forma más densa; el espíritu, en su aspecto más sublime". Por ello, y aceptando este concepto, podría explicarse la mencionada pérdida de peso como producida por el desprendimiento de esta parte casi material. Desde los tiempos del Doctor Hippolyte Baraduc -que obtuvo impresionantes fotografías en el momento de la muerte de su hijo, y posteriormente de su mujer- hasta nuestros días, ha proliferado mucho este tipo de imágenes. Por desgracia, sabemos que se trata de un terreno en el cual las manipulaciones fraudulentas son el pan nuestro de cada día. Sin embargo, hay algunos casos que nos ofrecen absoluta garantía. Las imágenes 1 y 2 pertenecen a esta última categoría. Se realizaron minutos después del fallecimiento de una anciana. Si bien he obtenido permiso para su publicación, me reservo el nombre de la fallecida y el lugar donde fue realizada la experiencia. La luminosidad, captada por la película pero invisible para el ojo humano, escapa perpendicularmente al cuerpo. En la segunda imagen, la extraña luz se desvanece. ¿Se trata del cuerpo moroncial, considerado como el soporte del Yo transcendental, y constituido por una substancia suprafísica?… Sólo una investigación objetiva y realizada por expertos podrá aclararlo algún día. Un dato a tener muy en cuenta: cuando se consiguen fotografías como las recogidas en el presente trabajo, siempre ha sido con el empleo de flash y en ningún caso las personas presentes en el experimento han podido ver nada en el momento de disparar la cámara, como si estas radiaciones se hallaran fuera de nuestra área de percepción visual.

Imagen 1: Luminografía sobre el cuerpo de una recién fallecida (dos o tres minutos).

Imagen 2: Varios minutos después, la luminografía se desvanece.


Fragmento de la imagen 1 con la zona de la luminografía más cercana al cuerpo de la fallecida (pecho).

Al intentar resaltar los bordes, éstos no solo no aparecen, sino que, por contra, la luminografía pierde intensidad.

El relieve de la luminografía es prácticamente nulo. Obsérvese parte de la silla en el ángulo superior derecho.


Sin embargo, sí se conocen casos en los cuales se ha podido observar una luz apalescente en el momento de la muerte. El doctor Robert Hollier, en su libro Los secretos del principio del fin, narra dos casos en los que en el momento de la defunción se ha podido percibir cierta luminosidad. Uno de ellos ocurrió años después de terminar la Primera Guerra Mundial, y es el de una joven que murió de tuberculosis en el hospital donde el Dr. Hollier prestaba sus servicios. En el momento del deceso vio perfectamente cómo la habitación donde se encontraba la enferma se iluminaba. Hollier, que llamó a este efecto “luz primigenia”, termina su relato diciendo: “Ha muerto en la luz; y esta luz, yo la vi, iluminó su habitación”.

Otro caso célebre es el de Anna Monaro, quien, según nos narra Olivier Leroy, ingresó en el hospital aquejada de fuertes ataques de asma. Antes de morir se observó en repetidas ocasiones que de su pecho emanaba cierta luminosidad. El doctor Protti filmó una película compuesta por 54 fotogramas dónde quedó reflejado el fenómeno. En el informe, que fue publicado en The Times el 5 de mayo de 1934, el doctor Protti intentó dar una explicación química -y por lo tanto racional- al fenómeno. Sus explicaciones fueron criticadas con gran severidad, sobre todo por el doctor J. B. Bateman, quien afirmó que las luminiscencias observadas en Anna Monaro se debían obviamente a un fenómeno extraordinario. La autora de la celebre obra Mujercitas, Louise May Alcott, contó en cierta ocasión que estando junto al lecho de muerte de su hermana pudo observar, al fallecer ésta, el desprendimiento de su pecho de una pequeña nube que ascendió por la habitación hasta desvanecerse; el médico que la asistía también fue testigo del hecho. Nos encontramos pues ante fenómenos objetivos que, sin lugar a dudas, han de tener una explicación, bien sea ortodoxa o transcendental.

Interfase general

Llevando el concepto de interfase a otra escala, debemos y podemos admitir que entre nuestro mundo físico y el etéreo al ser tan diametralmente opuestos debe existir una interfase que algunos expertos denominan “tierra de nadie” o “zona de acomodación". El matemático alemán Dr. Hans exponía hace pocos años su teoría de que nuestro mundo esta en realidad compuesto por seis dimensiones: tres lineales, una cuarta dimensión espacio temporal y dos dimensiones psíquicas. Podríamos pensar que dichas dimensiones albergan el famoso “túnel negro" al cual se refieren las personas que han tenido Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM) y que podría ser considerado como un camino que cruza la interfase existente entre nuestro mundo físico y el que denominamos “astral”, algo aceptado por prestigiosos estudiosos del esoterismo, como el doctor Gérard Encausse.

Las ECM han sido y son muy debatidas. Los racionalistas extremos intentan explicarlas atribuyéndolas a estados alterados de conciencia producidos por causas como la medicación, la temperatura corporal elevada, la falta de oxígeno, la abundancia de anhídrido carbónico en la sangre, el pánico ante la muerte y así una larga sucesión de circunstancias... La realidad es que nada de ello ha sido demostrado, sino más bien todo lo contrario. El prestigioso cardiólogo norteamericano Michael Sabom, determinó los niveles de oxígeno, en sangre de un paciente que se encontraba en una ECM. El resultado fue sorprendente, pues quedó demostrado que en ese preciso instante el nivel de oxígeno lejos de haber disminuido estaba un poco por encima de lo normal, lo que descartaba la intoxicación sanguínea por exceso de gas carbónico. La apreciación de un túnel negro que es atravesado con una sensación de flotabilidad, y al final del cual se observa una poderosa luz, también se ha intentado explicar como un recuerdo del nacimiento.

Al nacer descendemos por el cuello uterino hasta salir al exterior, donde por primera vez la luz hiere nuestros ojos. En el cerebro queda registrada esta impresión, que afloraría en el momento de la muerte como un visceral deseo de volver al claustro materno. Esta teoría ha sido hasta hace poco admitida por algunos investigadores, pero en la actualidad es descartada totalmente con argumentos como los expuestos tras una laboriosa investigación por el doctor Becker, profesor de la Universidad del Sur de Illinois:

  • En el momento de nacer no tenemos capacidad de retener dicha experiencia en la memoria. 
  • La luz tiene que tener un contraste superior al 70 por ciento. 
  • La visión de un recién nacido es angular, razón por la cual no puede tener una visión frontal lo suficientemente amplia. 
  • El cerebro, aún poco desarrollado, no esta preparado todavía para retener información. 

ECM, fenómeno transcendente

Las experiencias al borde de la muerte son mucho más frecuentes de lo que podemos imaginar. Un trabajo estadístico realizado por George Gallup demuestra que ocho millones de norteamericanos, han experimentado ECM's, cifra que representa una de cada veinte personas. La inmensa mayoría de los investigadores que trabajan sobre ECM admiten la condición trascendental del hecho. Claro esta, me refiero a los investigadores de campo, no a quienes opinan desde sus poltronas. No obstante, debemos admitir que aún restan dudas sobre la causa de este fenómeno… pero no es menos cierto que si pudiéramos colocar en los platillos de una balanza las pruebas de la transcendencia y las explicaciones racionalistas, la balanza se inclinaría indiscutiblemente hacia lo transcendental o espiritual del hecho.

Las primeras noticias de experiencias hechas con rigor y fundamento en busca de la interfase datan del siglo XVIII. Humphry Davy, famoso químico y eminente hombre de laboratorio, tenía cierta inclinación peligrosa a la experimentación consigo mismo. Deseoso de conocer qué se escondía tras el hecho de morir, probó en su propio organismo el efecto del protóxido de áloe en diferentes dosis que aumentaba paulatinamente hasta que, finalmente, perdió la conciencia a raíz de un aparente paro cardíaco. Fue declarado muerto. Repentinamente, y con gran asombro de los médicos que le atendían y de quienes le rodeaban, “volvió a la vida". Las explicaciones de lo que le sucedió fuera del cuerpo coinciden perfectamente con las dadas por los miles de personas que han sufrido experiencias cercanas a la muerte. De continuar las investigaciones por el sendero actual, tendremos que aceptar la existencia de la interfase, delimitada en un principio por las dos dimensiones psíquicas que nos anunciaba el gran matemático alemán Hans. Ahora podríamos empezar a aceptar que algunos fenómenos mal llamados “sobrenaturales" proceden de la interfase o zona de acomodación. Existe la opinión de que cuando el Yo trascendental o “cuerpo glorioso", según la tradición esotérica, atraviesa la interfase y se incorpora al universo puramente espiritual o celestial perdiendo toda las posibilidades de entrar en contacto con nosotros (salvo excepcionales casos). Ahora bien, según los iniciados, la interfase está dividida en planos en los que quedan retenidas las almas en consonancia a su comportamiento en la Tierra; por decirlo de alguna manera, según el lastre de pasiones y bajos deseos con el que hayan abandonado la fase terrena. Los Rosacruces denominan a este cúmulo de bajas pasiones “cuerpo del pecado" y piensan que conserva el recuerdo de su Yo. pasando a formar, junto a otros restos menos pasionales, lo que se conoce como “cascarones". Estas "cortezas" tienen capacidad de hacerse visibles, ya que al parecer las apariciones fantasmales se deben a ellas -como muy bien nos explica Franca Feslikenian en su obra Los fantasmas existen-, y otras veces son susceptibles de ser reflejadas en fotografías. Tanto si son perceptibles a simple vista como si aparecen sorpresivamente al revelar una película fotográfica, representan una presencia de cierta corporeidad, y por lo tanto, con un peso determinado.

Si el alma permanece retenida en una u otra zona de la interfase, ello dependerá de cómo haya sido su evolución y comportamiento en vida. En opinión de los grandes iniciados, las almas más bajas quedan pegadas a nuestro mundo material conjuntamente con sus “cuerpos pasionales”. Poco a poco van dándose cuenta de su nuevo estado y perdiendo interés por las cosas terrenas. Por ejemplo: una persona que haya dedicado su vida a acumular bienes materiales padecerá un gran sufrimiento al no poder disfrutar de ellos en la interfase. El padecimiento hará que poco a poco pierda interés por sus “tesoros”, y el desinterés provocará que el lastre de su codicia vaya desprendiéndose, pudiendo así ir ascendiendo a planos más elevados. Las almas de personas evolucionadas alcanzaran estadios superiores en la interfase desde un principio.

La tradición asegura que son muy pocas las personas que no se detienen en la interfase, alcanzando el “Todo Glorioso” inmediatamente después de la muerte física. En sánscrito se conocen con el nombre de Dwidja a aquellas personas que gracias a sus características conocen la realidad terrena y la gloriosa sin necesidad de tener que cruzar la tierra de nadie. Si aceptamos como realidad la interfase, y por tanto, la idea de una vida post mortem, cabría admitir, por ejemplo, que la parte real de la práctica mediúmnica podría proceder del contacto con diferentes entidades de esa zona de acomodación.

Como ya hemos mencionado en otros trabajos, las psicofonías poseen en su inmensa mayoría un cariz de tristeza, de desorientación... Quizá porque la entidad que contesta se encuentra en las zonas más bajas de esa tierra de nadie. Cierto es que hay otras alegres, llenas de esperanza y optimistas, pero son las menos y deben proceder de zonas más evolucionadas o elevadas de la interfase. No intento convencer a nadie. Es. simple y llanamente, mi opinión y la de otros experimentadores. Sólo el tiempo y la investigación sistemática podrán rasgar el velo de este misterio. Volviendo al tema de las fotografías en el momento de la muerte, debo admitir que el material del que dispongo en estos momentos es muy escaso, y por otro lodo (como es lógico) no siempre los familiares de los difuntos ven con agrado la publicación de las mismas, postura que respeto rigurosamente. Últimamente se me ha ofrecido realizar estas experiencias en un centro hospitalario, pero la verdad es -y lo digo con toda sinceridad-, que por ética y profundo respeto a quienes se han ido, no me veo con fuerzas para realizar una serie de trabajos fotográficos sobre personas recién fallecidas. Creo que esta investigación será mi “asignatura pendiente". Por otro lado, este tipo de búsqueda tendría que ser realizada por equipos de técnicos altamente especializados. Para el estudio analítico del material disponible utilizo los programas informáticos Photo Finish y Photoshop 2.5. Por su simplicidad en el manejo recomiendo el primero de ellos. Mediante su utilización he podido constatar algunos hechos a tener en cuenta:

En las luminografías corrientes (ENIGMAS, año II, Nº 11) usando el filtro adecuado se aprecia perfectamente el relieve. En las fotografías que nos ocupan, prácticamente no se aprecia este efecto.
Cuando empleamos el filtro de resaltar contornos, éstos aparecen fuertemente marcados y contrastados. Por el contrario, en las fotografías de las luminiscencias de escape no sólo no se obtienen estos contornos resaltados sino que, por el contrario, se pierde contraste al debilitarse en general toda la fotografía.

Dada la escasez de material estudiado, estos observaciones son muy aventuradas y no pueden tomarse como pruebas fehacientes. Siempre que he publicado algún trabajo sobre este fenómeno, he recibido multitud de cartas de España y del extranjero en las cuales se me remiten fotografías que reflejan extrañas formas. Una vez más, si a raíz de este reportaje recibo alguna imagen que ofrezca las debidas garantías de autenticidad, y siempre con la debida autorización de los autores, daremos cumplida cuenta de ello en estas páginas.

Sinesio Darnell

Revista Karma-7: Entrevista a Tomás Gilsanz

En el número 76 de la revista Karma-7, marzo de 1979, encontramos una breve pero interesante entrevista al pintor Tomás Gilsanz (1931-2016) ...