Víctor Estrada
UN MUNDO FELIZ
(no el de Aldous Huxley)
Montseny Invierno de 1977. A M.a José
Nieva...
A media mañana, las primeras nieves de este invierno aparecieron con su mudo caer. Los fríos copos aislados y sumisos, llenan mi alma de múltiples fantasías. Poco a poco los bosques, mis viejos bosques se recogen en místico silencio... silencio que sonoro en su inmensidad se enseñorea de los pinares.
Mi mesa de trabajo, como siempre, está abarrotada de libros y cuartillas, todo ello en ordenado desorden.
Por la pequeña ventana domino un techo del valle, a mi derecha la frondosidad parece recogerse, acurrucarse sumisa y melancólica, en el interior de la blancura que entrañable Ia va cubriendo, como si ello fuera, y lo es, un postrero despedirse del hervor estival.
Siempre me ha estremecido la nieve...
Siempre me he sentido íntimamente —sin saber por qué— ligado a ella, como atraído... como cautivado. ¿Quizá su blancura... su silencioso y cansino caer... su misterioso hacer...? ¿O quizá simplemente el recogimiento a que me invita. Me invita a pensar más en mi, en mí mismo, en mi existencia, en nuestra existencia, existencia que adivino tan efímera, como los propios copos caídos.
Salgo…
Extiendo mis manos... la nieve cae sobre ellas. Las blancas máculas se funden, y frías gotas de agua se deslizan entre mis dedos. Cierro las manos, en un vano intento de retener las cristalinas formas... se funden, como nos fundiremos nosotros. Pero nosotros, sin limpieza, sin blancura... sin haber embellecido el paisaje.
Atardece... deja de nevar.
Una ligera brisa estremece a los copos encaramados en los altos y gallardos abetos. La nostálgica presencia de Dios, estremece los nevados llanos, desde el silencio de un lejano pueblo llega hasta mí un somnoliento murmullo..., adivino más que veo el vacilante sendero que nace allá, en las entrañas del viejo encinar.
Camino, mil veces recorrido por los taciturnos muleros, que desde allá, y a lomos de cansinos animales bajan su mítica carga. Esa encina que fue vida... y pronto será rescoldo de lumbre consumida en desparramados hogares.
Hace frío...
Siento el frío en mis carnes, y el aliento de Dios en mi alma... y sin saber lo que quiero, pienso en
EL..., lo siento, lo percibo, sé que está pero no puedo definirlo, ello seria limitarlo a mi pobre definición. Hablar de Omnipotencia Indefinible, es triste recurso de cerrado conocimiento... pero de EL emerge la nostalgia de su SER Y ESTAR.
Tras de mi y sobre la nieve, que sólo yo he pisado, quedan profundamente marcadas las huellas de mis botas… las huellas del hombre, que rompen como siempre el encanto de lo Inmaculado.
Anochece...
Jirones de Cielo como fugaz promesa, se dejan ver entre las rasgadas nubes... recias nubes, ribeteadas de plata luna... Como efímero fantasma, el viento arremolina la nieve... allá se levanta, aquí cae... aquí nace y allá se desvanece.
En mi mente bulle un villancico…
Son notas de mis Navidades... de nuestras Navidades, de aquél entrañable sentimiento de Estar y Sentir..., de su Presencia. De aquellos pesebres tantas veces cantados y tantas veces recogidos, que como testigos de nuestro existir, nos recuerda que siempre allá... hay quizá confuso, un sentimiento que nos hace estremecer.
Y entonces pienso...
Pienso, que un Mundo Feliz... sería una Eterna Navidad.
Sinesio Darnell